Hola, quería compartir mi historia. Soy uruguaya. Me gustaría mantener mi nombre anónimo, pero quiero contar mi historia. Hace 15 años comenzó todo. Yo trabajaba de modelo. No ganaba mucho dinero, los trabajos que me daban eran muy pocos por aquel entonces. Un día, alguien me contactó para ofrecerme trabajo. La señora era muy amable y elegante. Comenzamos a conversar y ella me dijo que tenía una agencia de modelos en Italia y que estaban buscando modelos para una revista de moda muy famosa en Europa. Me dijo que si quería participar en su agencia, podía hacerlo, pero debía hacer mi pasaporte en un mes porque ella viajaba a Italia en julio.
Lo pensé durante una semana, que era lo acordado. Hablé con mi familia, vi una oportunidad que aquí en mi país no tenía. Roxana, que así se llamaba la señora que según ella tenía una agencia en Italia, fue a mi casa. Se presentó súper amable, elegante y educada. Mis padres me apoyaron, pensando que yo iba a cumplir mis sueños. Al final, inicié el trámite para el pasaporte de urgencia.
Roxana se ganó la confianza de todos nosotros, así fue que recibí mi pasaporte y emprendimos mi viaje a Italia. Cuando llegamos al aeropuerto, nos estaban esperando. Un auto muy lujoso con dos personas más. En el viaje pude ver lo lindo que es Italia. Llegamos tarde por la noche y estuvimos más de dos horas de camino para llegar al lugar donde, según ellos, me iba a quedar con otras modelos que allí vivían. Cuando llegué, me dijeron que yo debía entregar mi pasaporte, todo eso según ellos por seguridad. Yo, sin pensarlo, lo entregué. Esa misma noche me dijeron que yo debía ir a trabajar al otro día. Yo tenía mucha ilusión, me dejaron una habitación para mí sola, me indicaron dónde estaba todo, todo parecía normal. Cuando salí para dirigirme al baño, me encontré con otras mujeres jóvenes que estaban ahí. Algunas estaban bebidas, otras parecían haber consumido alguna sustancia alucinógena.
Cuando me presenté, una de ellas me dijo que no confiara en nadie y que todo era una mentira. Me quedé asustada, no sabía qué hacer ni a quién llamar. Esa noche no dormí. Al otro día, muy temprano por la mañana, me fueron a buscar para mi primer día de trabajo. Me entregaron la ropa que debía usar, era ropa muy vulgar, así que pregunté si no tenían algo más acorde a mí. Me dijeron que eso era precisamente lo que tenía que usar para captar la atención de los clientes. Fue ahí cuando mis ojos se abrieron muy grandes y empecé a atar cabos: lo que me había dicho la mujer que estaba ahí, más la ropa, y esas palabras, aparte habían cambiado rotundamente el trato conmigo y eso no era normal, que en un día me empezaran a tratar así. Esa mañana me fui con ellos y otras mujeres que estaban ahí. Nos llevaron a un bar, boliche, prostíbulo, no sé cómo le llamarán en cada país. Yo quería salir corriendo, pero era imposible. Tuve que quedarme y hacer lo que me decían, porque ya había visto que a una de las que estaba le habían dado un puñetazo. Ahí empezó mi calvario. Ese día no se terminaba. Me fui con el corazón y el alma rota. Cuando íbamos de regreso a la casa, me dijeron que ese era mi nuevo trabajo. Nos tenían a todas controladas, cada paso que dábamos, ahí estaban ellos vigilando.
Así pasaron los días, los meses, y yo seguía trabajando. Al igual que las demás que estaban ahí. La situación era fatal, todas consumían sustancias para poder sobrevivir a esa mala vida. Había una de ellas que deseaba escapar, bueno, en realidad todas deseábamos escapar. Los golpes eran a diario, no teníamos derecho a opinar sobre nada, solo debíamos obedecer. Pasó el tiempo, yo tenía un cliente habitual, él quería ayudarme, pero yo no podía irme sola, ahí habían más mujeres. La persona que me quería ayudar era un señor con mucha plata y él quería comprarme para que yo pudiera obtener mi libertad. Él sabía todo lo que estaba pasando, yo le había contado que nos engañaron a todas diciendo que tenían una agencia de modelos. Él no podía creer que todas estuviéramos ahí en contra de nuestra voluntad. En fin, lo seguía viendo habitualmente, él dejaba mucho dinero, así que ellos lo atendían muy bien y por ende yo también tenía que acceder a ser amable. Todas estábamos agotadas, trabajábamos sin descanso, eso era un infierno. Ya no podíamos seguir así, haciendo abuso de sustancias para poder sobrevivir.
Ellos se llevaron a tres de las que estaban ahí con nosotras, tampoco quiero dar a conocer sus nombres, se las llevaron y nunca más volvimos a saber de ellas. Algunas de nosotras planeamos una huida, pero fracasamos. Así que lo único que conseguimos fue peor. Estábamos todas golpeadas y maltratadas. Nos encerraron, no teníamos comida. Trabajábamos por largos días y no nos daban alimentos más que agua. Al final, nuestra salud se fue deteriorando bastante al no recibir alimentos.
Un día de esos que íbamos a trabajar, le dije a ese señor que me había querido ayudar, que aceptaba la ayuda, que quería regresar a mi país, que ya no aguantaba más. Él me dijo que íbamos a ver la manera de que él me pudiera ayudar y así lo hizo. Él pagó muchísimo, pero muchísimo dinero por mí, esa fue mi esperanza, él fue una luz en mi camino. Ese mismo día ellos hablaron y accedieron a venderme. Él llevó una maleta negra, realmente como hacen en las películas, les entregó su maletín y ellos me dejaron ir con él. Yo jamás había visto tanto dinero junto. Fuimos a su casa, descansé y al otro día le pedí que me llevara a la embajada y a la policía. Hicimos la denuncia. La policía llegó a la casa para liberar a las otras personas que estaban ahí, ellas eran de diferentes nacionalidades: italianas, españolas, brasileñas, dos argentinas y yo de Uruguay. Al final, la policía italiana logró rescatar a todas. La historia es demasiado larga y terrorífica, pero quiero resumir y dar a conocer mi caso como el de otras muchas personas que se van engañadas. En fin, al final pudieron encontrar todos nuestros pasaportes. Todas nos abrazamos y nos llevaron a una comisaría, ahí pasamos la noche. Después estuvimos dando la declaración de todo lo ocurrido, así estuvimos varios días declarando todo lo que había sucedido, hasta que al fin nos dijeron que nos iban a enviar a cada una a su país. Y así fue. Yo le agradezco a aquel señor que gracias a él regresé viva, sana y salva a mi país, al igual que mis compañeras.
Mis padres no se daban por vencidos, ellos también movieron cielo y tierra para conseguir que yo apareciera. Pasaron dos años, pero al fin pude regresar a mi casa, estar con mi familia, no solo yo sufrí, mi familia también sufrió demasiado la incertidumbre, no los dejaba, ellos buscaron información, abogados, hicieron la denuncia por mi desaparición. Ellos pedían saber dónde yo estaba y necesitaban que yo apareciera. Cuando me dejaron ir, pude llamar a mis padres después de dos largos años. Pude volver a mi país, mis compañeras también pudieron volver a su país de origen.
En fin, lo que yo quiero transmitir es que nunca confíen cuando se les ofrezca un trabajo en otro país, nunca pero nunca acepten, a veces es mejor no tener nada o tener lo justo, pero estar seguras en nuestro país, nuestro hogar, nuestra gente. Hoy estoy con mi familia, vivo tranquila, no tengo bienes materiales, pero eso es lo que menos me importa. Nadie sabe todo lo que tuvimos que atravesar, pero pudimos salir todas y dejar esa vida atrás. Yo aún mantengo el contacto con las demás chicas. Ese pasado quedó atrás, hoy trato de vivir el día a día y ser agradecida por todo, por un día más, por abrir mis ojos, por poder caminar libremente. Agradezco por mi familia cada día y por lo afortunada que soy al estar aquí y poder contarlo. Muchas gracias, espero que mi historia sirva para abrir mucho los ojos de esas jovencitas que se quieren ir a otro país a cumplir sus sueños."
Hola, Paloma! Encantada de compartir mi historia contigo. Aquí te la envío:
Soy argentina, hija de madre uruguaya y padre argentino. Siempre fuimos una familia muy unida y respetuosa. Mi abuela dejó una herencia a mi padre y a mi tía, quienes también siempre fueron muy unidos. Sin embargo, después de recibir la herencia, todo cambió. Empezaron a pelear por quién se quedaba con más, y eso se convirtió en una batalla interminable.
Mis primos también exigían una parte de la herencia, aunque mi abuela no les había dejado nada a ellos ni a nosotros; solo a mi padre y a su hermana. Sus hijos se volvieron altaneros, groseros y atrevidos. Iban a cada rato a mi casa a pedirle a mi padre que les diera parte de su herencia, pero a su madre no le pedían nada. Querían despojar a mi padre de sus bienes, que aunque no eran muchos, eran suficientes para vivir cómodamente unos años.
Todo esto trajo mucho estrés a mi casa. Mi madre le decía a mi padre que les diera todo, que nosotros no necesitábamos nada, pero mi padre no quería ceder, ya que el testamento de mi abuela era muy claro: les dejaba todo a sus dos hijos y a nadie más. Pero mis primos no paraban de venir a nuestra casa todos los días, queriendo algo que no les pertenecía. Lo heredado era de mi padre y mi tía.
Después de recibir la herencia, mi tía se mostró como realmente era: una sinvergüenza vividora. Ella nunca tuvo nada; mi abuela la mantenía a ella y a sus hijos. Un día, esperaron a mi padre en la puerta de mi casa y, cuando salió, le dieron una golpiza, todo impulsado por mi tía, que había mandado a sus hijos.
En fin, esta es una larga historia, pero te la voy a resumir. Mi madre y mi padre denunciaron la agresión, pero la policía no hizo nada. Al final, mi padre se enfermó a causa de tanto estrés, casi muere. Fue ahí que decidimos mudarnos. La verdad, no les entregamos nada de lo que era de mi padre; nos fuimos para evitar tantos conflictos familiares.
Mi tía se gastó su parte dos años después. Llamó a mi padre para disculparse, y él la perdonó. Al poco tiempo, volvió a llamar para pedir ayuda económica. Mi padre accedió, aunque mi madre no estaba de acuerdo. Mi tía se disculpó y se arrepintió, y mi padre la ayudó, ya que se había quedado sin un peso. Cuando le preguntamos a mi padre por qué la ayudaba después de todo lo que nos hicieron, él respondió: "Porque uno da lo que tiene en el corazón, y yo no tengo maldad. A la gente hay que enseñarle que la bondad de verdad existe".
Bueno, este es un pequeño resumen, ya que si te fuera a enviar todo, creo que serían 80 páginas, jajaja. Espero que te guste la historia y la quieras publicar, solo para demostrar que los buenos somos más.
Les aseguro que todas las historias que me llegan me conmueven, pero esta historia me llegó a lo más profundo de mi ser. Yo también pasé por cosas similares de niña, sé lo que es no tener qué comer, será por eso que esta historia me hizo derramar lágrimas. Pero al igual que ella, siempre luché por salir adelante. Aquí va tu historia publicada, te envío un abrazo a la distancia y espero que te guste tanto como a mí ver tu historia publicada
La niña que se enfrentó a todo para sacar a su familia
Mi nombre es Martina, y mi historia es un testimonio de la fuerza del amor familiar y la capacidad de superación. Quiero agradecer a Paloma por permitirme compartir mi vida en este espacio.
Crecí en un hogar donde las dificultades eran constantes. Mi madre luchaba contra la adicción a las drogas, una batalla que la consumía y la alejaba de nosotros. Éramos cuatro hermanos, y yo, como la mayor, asumí el papel de madre desde muy temprana edad.
Mi madre comenzó a consumir drogas siendo muy joven. Durante sus embarazos, la cocaína y otras sustancias tóxicas eran parte de su día a día. Las fiestas, el alcohol y el olvido eran su refugio, mientras nosotros éramos olvidados. La responsabilidad de cuidar a mis hermanos recayó sobre mí, una niña obligada a madurar prematuramente.
Las ausencias de mi madre se prolongaban por semanas, dejándonos a nuestra suerte. La falta de amor y atención marcó mi infancia, pero como hermana mayor, mi deber era proteger y guiar a mis hermanos. Les enseñé el valor de la familia, la importancia de permanecer unidos a pesar de las circunstancias.
Nuestros días pasaban entre la escuela y el hogar. Al regresar, me encargaba de preparar la merienda y supervisar las tareas escolares. La cena era un desafío, a veces dependíamos de la generosidad de nuestros vecinos, otras veces salíamos a limpiar zapatos para conseguir unas monedas. La pobreza era nuestra compañera, pero el arroz con huevo en la mesa era nuestra victoria.
Mi padre, otro adicto, nos abandonó y se mudó a unas calles de distancia. Su indiferencia se sumó a nuestro dolor. Para sobrevivir, vendíamos pastelitos y empanadas casa por casa. Algunos días eran buenos, otros no tanto, pero siempre encontrábamos la forma de salir adelante.
Los años pasaron, y mis hermanos crecieron. Gracias a mi esfuerzo, todos lograron estudiar y convertirse en personas de bien. Durante mi adolescencia, conseguí un trabajo y pude brindarles un apoyo económico más estable. Mi hermana menor, dos años menor que yo, también trabajó y estudió. Sacrifiqué mis propios estudios para asegurar el futuro de mis hermanos, y hoy, verlos realizados me llena de orgullo.
De mi madre, no volvimos a saber nada. Un día, simplemente desapareció. Quizás fue lo mejor, ya que su vida de adicción nos exponía a peligros constantes.
Con el tiempo, mi trabajo se convirtió en la base de un nuevo comienzo. Comencé a preparar comidas en casa para vender. Con unas mesas y sillas en el patio, transformé mi hogar en un pequeño restaurante. Mi hermana se unió a mí en la cocina, y juntos construimos un negocio familiar.
Hoy, 24 años después, tengo mi propia familia: dos hijas hermosas y un esposo maravilloso. Nuestro restaurante es el corazón de nuestra unión, donde trabajamos todos juntos: mis hermanos, mi hermana ,mi esposo y yo.
A pesar de las tristezas del pasado, la vida nos ha sonreído. Dios multiplicó nuestras bendiciones, y hoy podemos recordar nuestros inicios con gratitud. El hambre y la falta de amor nos unieron, convirtiéndonos en una familia indestructible.
El amor y la unión familiar fueron nuestra salvación. Agradezco a mis hermanos, Sonia, Ricardo y Pablo, por nunca rendirse y por permanecer a mi lado.
Hoy, somos felices. Cada uno tiene su hogar, comida en la mesa y, lo más importante, nos tenemos los unos a los otros. La vida nos ha enseñado que, juntos, podemos superar cualquier adversidad. Me siento bendecida por la hermosa familia que Dios me ha dado.
Hola a todos, soy Soledad. Nací en Uruguay, pero crecí en los Estados Unidos. Mi vida, hasta hace poco, parecía un cuento de hadas: padres amorosos, una infancia feliz,pero todo cambió cuando descubrí la verdad.
Siempre hubo algo que no encajaba. La falta de fotos de bebé, las evasivas de mi madre sobre su embarazo, y la diferencia en nuestro aspecto físico: ellos rubios, yo morena. La sospecha se convirtió en certeza cuando encontré los papeles de adopción.
El descubrimiento fue un torbellino de emociones. Lloré, grité, me enfurecí. ¿Cómo podían haberme ocultado algo así? Sentí que mi mundo se desmoronaba. Enfrenté a mis padres, exigiendo respuestas. En ese momento, sentí una mezcla de confusión y sí, incluso odio. ¿Cómo podían haberme quitado la verdad?
Decidida a encontrar mis raíces, viajé a Uruguay. Allí, con la ayuda de mi tía, descubrí la historia de mi madre biológica, Norma. Una joven de 18 años, con dos hijos, sin recursos, que tomó la desgarradora decisión de darme una oportunidad que ella no podía ofrecerme.
Pero mi viaje no terminó ahí. También pude conocer a mi padre biológico. Un hombre atento y amable, que poco a poco se ha ido ganando mi cariño. Descubrí que tengo dos madres y dos padres, cada uno con su propia historia, su propio amor.
El encuentro con Norma y mis cinco hermanos fue un huracán de emociones. Al verla, entendí. Entendí el amor que la impulsó a dejarme ir, el sacrificio que hizo por mí. Y poco a poco, el odio se transformó en comprensión, en gratitud.
Mis padres adoptivos, a quienes en un momento odié, me demostraron que su silencio no era maldad, sino amor, protección. Ellos me dieron la vida que Norma no podía. Y Norma, con su valentía, me dio la oportunidad de tener esa vida.
Hoy, mi corazón está lleno. Tengo dos madres, dos padres, cinco hermanos, una familia que me ama. Viajo a Uruguay, celebro en familia disfruto con ellos , y vuelvo a Estados Unidos, agradecida por el regalo de haber encontrado a mi familia.
Gracias, Paloma, por permitirme ser parte de estas historias.
La historia de una familia que nunca se rindió ante las dificultades.
Hola, Paloma
Soy Paula, y antes que nada, quiero agradecerte por responder tan rápido al correo que te envié. Te contaré mi historia.
Soy de Argentina, y tengo cinco hermanos varones. Soy la única mujer. Nuestros padres eran panaderos y teníamos una panadería que funcionaba muy bien. Nunca tuvimos necesidades,la verdad es que en casa teníamos de todo. Estudiamos lo que cada uno quiso. Económicamente, nuestros padres siempre nos apoyaron. Mi madre trabajaba con mi padre en la panadería. Tuvimos una vida digna, sin lujos, pero con todo lo que necesitábamos y más.
Éramos muy felices, una familia que siempre se sentaba a conversar al final del día, preguntándonos cómo nos había ido.
Hasta que un día, mi madre enfermó y cayó en una depresión severa a causa de su enfermedad. Mi padre, un hombre fiel y amoroso, empezó a dedicarle más tiempo a mi madre, ya que su salud se deterioraba cada día más.
Llegó un punto en el que mi padre se llenó de deudas al no poder trabajar en la panadería. Tantas fueron las deudas que tuvimos que cerrarla. Ese era nuestro único sustento. Mi padre perdió el local, las máquinas, todo, por estar pendiente de mi madre. Nosotros ayudábamos en lo que podíamos, pero no era suficiente.
Al final, terminamos perdiendo nuestra casa. El dinero se había agotado y las medicinas eran muy caras. Quedamos en bancarrota, sin casa, sin negocio y con mi madre enferma. Mi padre se sentía desesperado, pero nunca se rindió. Mi madre logró salir de la depresión y su enfermedad mejoró muchísimo.
Nos mudamos a la casa de mi tía, quien nos ayudó en todo y motivó a mi familia a volver a emprender desde su casa. Mi padre, mi madre y nosotros, sus hijos, hacíamos facturas, medialunas, panes, de todo, para salir adelante.
Poco a poco, empezaron a llegar clientes, vecinos de mi tía y amigos que iban todos los días por su pan y facturas. Mi padre hacía panes y facturas que ofrecíamos en almacenes. La verdad es que los panes y facturas son deliciosos, y no lo digo porque los hagan mis padres, sino porque realmente lo son.
Al final, mi padre alquiló un local, puso su panadería y nos va muy bien. Fue un esfuerzo tremendo. Pensamos que nunca saldríamos adelante, pero pudimos recomenzar. Y como digo yo, a veces perdiendo se aprende a ganar. Este fue nuestro caso: lo perdimos todo, pero logramos recomenzar, y ahora nuestra panadería es mucho más grande y linda.
Gracias, Paloma, por compartir mi historia. No es la gran historia, pero quería compartirla. Te mando un abrazo enorme y espero pronto ver mi historia publicada en tu sitio.
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